martes, 10 de julio de 2007

Caleidoscopio para Borges

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El demiurgo tomó la pluma inmortal y escribió la palabra Borges. En el último retículo de la “s”, se detuvo. Dudando, quiso desandar su camino por una tentación. Esto ya es cuestión del hombre, se dijo. Al momento, Jorge Luis empezó a enceguecerse a propósito para ver la luz. Lo que ha sido escrito por divina mano, no puede ser compartido por humano entendimiento, pensó. Yo soy aquella herramienta; mi historia es la tinta, la misma usada para todos nuestros actos.

Fue más allá. Hacia el inicio del sistema de escrituras. Conoció los cuneiformes, erró por laberintos de petroglifos y la semántica en las arenas. Reconstruyó a Babel hasta el primer lenguaje de los hombres.

Entonces encontró la sentencia que resumía toda su existencia. La encontró casi de casualidad, mientras deshacía el camino de su nombre. Y abrió los ojos para leer en estas líneas:

“Borges, ya no sé si quien te lee, soy yo”.

Alberto Zelada



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